Como dijo el poeta: «Creo en mí porque un día seré todas las cosas que amo». Y, naturalmente, también las que sueño, las que sé que tengo que realizar, las que me llaman irremediablemente a la acción y las que no dejarán nunca de sisear en los oídos del olvido hasta cumplir su perfecta factura y destino.
El Círculo Ñ quiere cumplir con estos objetivos; es un círculo porque empieza y acaba en sí mismo, ceñido al viejo sueño de la humanidad, de sus pensadores y artistas, a todos aquellos que sienten la urgente necesidad de manifestarse a través de la palabra, de contar con sonidos y colores, de describir la realidad y acercarse a la esencia.
El hecho puede ser individual pero ha de manifestarse a través de un grupo, de un equipo. Nadie es una isla, todos poblamos numerosos archipiélagos rodeados de fantásticos corales que sólo unos pocos saben apreciar. La mayor parte de los habitantes del Archipiélago son durmientes dirigidos por astutos depredadores que sólo persiguen el beneficio propio y el de sus adláteres. Sin embargo, en el fuero interno de cada cual palpita el artista insomne capaz de sentir la belleza, de captar la plenitud del mensaje.
El logro de cualquiera es el resultado de la acción conjunta de muchos, aunque no figuren en taxonomías ni estadísticas. Pero no podemos estar esperando bajo el manzano con la boca abierta deseando que caiga la fruta y redescubramos las leyes de la gravitación universal. Newton era también un soñador de orden práctico. No hay que confundir la necesidad con los deseos; ni los destellos oníricos con los delirios irrelevantes.
Queremos alzar la voz, volver la página, pintar de colores las fachadas de la estúpida realidad que estamos permitiendo que otros construyan para nosotros. Mejor aún, queremos derribarla y restituir los horizontes que existen al otro lado, por mucho que algunos estén interesados en ocultarlo, falsearlo, dirimirlo o negar su existencia.
Lo único importante es ser uno mismo y poner a trabajar los lápices, las sensaciones, las ideas, los sentimientos y, si no existe, crear o inventar la fe, la imaginación creativa que mueve montañas, la esencia omnisciente que descubre continentes cargados de maravillas, muy lejos, al otro lado de cualquier océano conocido, a pesar de la oscuridad que no es exactamente la ausencia de luz.
Y, al final, llegar a ser todas las cosas que uno verdaderamente amó, que soñó y trató de realizar en el noble continente casi olvidado donde tiene su hogar la República de las Letras.
Xavier de Tusalle
Presidente de CiÑe
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